Transcurría el año de… (la verdad, no me acuerdo, pero sonó como una manera elegante de empezar).
Eran alrededor de las 11 de la mañana. Recuerdo que mi Bro, es decir, mi mejor amigo y yo dormíamos… ¡Ey! cada quien en su cama y cada quien en su cuarto… Él trabajaba, yo estudiaba la universidad. Ambos entrábamos tarde ese día. Los dos placenteramente soñábamos, tal vez con las labores de ese día, tal vez con alguna compañera pechugona o de “no malos bigotes”. Afuera, posiblemente, se oía el bullicio de la ciudad; adentro, puro ronquido. Todo era tranquilidad en el departamento. Mi madre se había ido a trabajar.
De repente, empezó a temblar. Yo estaba dormido y me desperté pensando en quién me movía la cama. Poco después, oí cosas moverse y el edificio crujir. Me di cuenta que era otro maldito sismo. Créanme que en una situación así, uno despierta de inmediato. Más, cuando se vive en un octavo piso.
Salté de la cama y corrí a colocarme en el marco de la puerta. Segundos después, vi que se abrió la puerta de la recámara de mi Bro. Ahí estábamos los dos papanatas en boxers, enfrentando el sismo. Nos saludamos y esperamos a que pasara. Era una escena surreal, los dos en calzones platicando sobre algún tema cotidiano mientras el departamento se agitaba. Según recuerdo, posteriormente nos enteramos que el movimiento había sido superior a los siete grados Richter.
No recuerdo que pasó después, seguramente, regresamos a dormir o comenzamos a prepararnos para nuestras actividades, pero el temblor nos dio un despertar como ningún otro y una imagen que nunca olvidaré, la de dos sujetos en boxers platicando en medio de un sismo.
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